No me amarres mamá...¡No me cortes las alas!

El niño limitado y anulado, se convertirá en un adulto fácil de manejar y lastimar, sensible, vulnerable, inseguro, miedoso con la autoestima hasta el suelo. ¡Busca ayuda de un profesional!

21 AGO 2018 · Lectura: min.
No me amarres mamá...¡No me cortes las alas!

Vivir para complacer a los demás a veces resulta demasiado caro, y lo hacemos porque en la infancia no aprendimos otra manera de encontrar aceptación y aprobación de los demás. Obviamente ya como adultos lo seguimos haciendo y no sabemos el porqué. Por ejemplo el niño que no obedece es reprendido, regañado y castigado, la niña que es obediente es reconocida, premiada y ensalzada, entonces así aprenden los niños y les vamos enseñando eso que se llama Aceptación Positiva condicionada. Si los niños obedecen se les premia, si no obedecen se les castiga y claro, eso da para multitud de problemas en la mente del niño que no entiende aún muchas cosas porque está atravesando una etapa de construcción en su cerebro y que muchas veces no se le permite desarrollar sus inquietudes con más libertad y con menos miedos.

Varios estudios clínicos y de investigación científica, siguen aportando evidencias sobre los efectos negativos de ese apego de inseguridad que el niño desarrolla cuando se le condiciona para que aprenda las cosas con imposiciones y exigencias desmedidas: "Hey, no brinques, no corras, no grites, no toques eso ni agarres eso, bájate de allí te vas a caer, te vas a hacer daño…" ¡Por favor!, los niños son niños, y necesitan desarrollar confianza y seguridad y no procede ni corresponde que los padres o tutores vayan sembrando desalientos y proyectando en sus hijos sus propios miedos e inseguridades.

¿Qué el niño en el intento de subirse, perdió el equilibrio y se cayó? Pues se cayó y se rompió la piel y punto… ¡Pero aprendió!. Y seguramente no lo volverá a hacer, pero si lo vuelve a hacer es porque todavía no aprendió la lección. A veces también con dolor se aprende, porque gracias al dolor aprendemos de niños a exigir, a tocar puertas, a abrir caminos a nuestro entendimiento, Pero cuando nuestros padres o tutores nos están condicionando, reprendiendo y castigando constantemente por todo, aprendemos a desarrollar miedos, dudas, culpas, inseguridad, mediocridad, falta de confianza y falta de autoestima, ¡Se nos pasa la vida esperando que otros decidan por nosotros y para nosotros!, ¡Aprendemos a depender emocionalmente de otros para poder funcionar!

Un niño ninguneado, limitado y anulado, con toda seguridad se convertirá en un adulto frágil, fácil de manejar, fácil de lastimar, endeble, sensible, vulnerable, quebradizo, inseguro, miedoso, temeroso, con la autoestima por los suelos, no creerá que se merece ser amado, ni confiará en sí mismo.

Obviamente ya siendo un adulto seguirá viviendo lleno de apegos, desconfianzas, dudas y miedos, siempre esperará que otros resuelvan sus problemas y le resuelvan la vida. No sabrá identificar, prevenir ni controlar los factores de riesgo psicosociales como por ejemplo: Pánico al hablar en público, miedo a opinar por temor a equivocarse, miedo al qué dirán, al qué pasará, miedo a la crítica mordaz, miedo a enfrentar sus miedos y sus conflictos emocionales, actitudes inadecuadas en las relaciones interpersonales, aislamientos, etc.

Dichos factores psicosociales se hacen más evidentes en el ambiente académico y laboral, en las empresas e instituciones por la creciente competitividad y el aceleramiento de los procesos productivos, o trabajos bajo presión. Una persona que padece de estrés postraumático desde la niñez, abandonos, orfandad afectiva por la ausencia de uno de los padres, o el desapego de ellos, podría producir trastornos psicológicos al menor, y en tales circunstancias el niño crece y sus traumas no desparecen con la edad, por el contrario, ¡Salen como salteadores en el camino!, cuando menos se les espera, y obvio también produce miedos a la responsabilidad, y a no saber cómo enfrentar las situaciones en el momento.

Sin embargo, qué paradójico podría parecer, cuando nos encontramos con gente que tienen una insólita capacidad intelectual, una hermosa capacidad de humildad y una excelentísima disposición de seguir aprendiendo, dentro de esa glándula misteriosa que se llama conciencia, pero que desgraciadamente la tienen atrapada en los miedos y las inseguridades. Por miedo a fallar, no se permiten reconocer sus propios talentos y mucho menos se atreven a proyectarlos con garbo y seguridad. Se sienten con muy mala música en el alma, -como se dice por allí- ¡Les arruinaron la vida!, ¡Les achicaron el alma, pero no perdieron su esperanza!

Por supuesto ya en la vida adulta no procede ni corresponde reclamos a nuestros padres, no vamos a faltarles al respeto ni los vamos a dejar de querer, ellos hicieron por nosotros todo lo que pudieron con lo único que tenían y hoy como adultos que somos, simplemente se trata de hacernos responsables de nosotros mismos, de trabajar de manera personal con todas esas imperfecciones de nuestra mente: Pensamientos distorsionados, sistemas de creencias viejas, rancias y caducas que ya no funcionan, introyectos, sentimientos conflictados y actitudes inadecuadas, etc. Tomando en cuenta que cada persona tiene su propio estilo para percibir, su propio ritmo para asimilar, para procesar, para retener y su propia forma para interpretar las cosas.

Si necesitas ayuda, acude a tu psicólogo de confianza para que te facilite el camino y aprendas a organizar tu valiosa vida, ¡Te lo mereces!, y ¿Quién dijo o dónde está escrito que esté prohibido?

PUBLICIDAD

Escrito por

Dora Lidia Pérez Rochín

La Psic. Dora Lidia Pérez Rochín es una de las psicólogas más profesionales que brinda la atención y orientación necesaria para poder resolver sus problemas emocionales que pueden estar afectando su vida social y familiar. Cuenta con el conocimiento y la experiencia necesaria.

Ver perfil
Deja tu comentario

PUBLICIDAD

últimos artículos sobre coaching

PUBLICIDAD