¡Por fin me divorcio!, ¿Y ahora qué?

El divorcio está de moda y cuando el amor se acaba es mejor decir adiós, ¿Pero por qué resulta tan difícil divorciarse? ¿Por qué sentimos tanto miedo a soltar, dejar ir y decir adiós?

14 FEB 2019 · Lectura: min.
¡Por fin me divorcio!, ¿Y ahora qué?

¡Divorcio!, ¡Qué fuerte suena esa palabra que a todos hiere! Pero es innegable que ante cualquier separación, sea de un matrimonio legítimamente constituido o no, como también el rompimiento de las relaciones de pareja en el noviazgo o amasiato, se tendrá que hacer frente a toda una gama de sentimientos de ira, impotencia, frustración, culpabilidades, resentimientos, dudas, miedos, tristeza, soledad, pérdidas o duelos… O en el mejor de los casos, también de alivio, descanso y liberación (por no decir recuperación), en la que posiblemente lo primero que se tendría que hacer es aceptar que el amor ya se fue de la pareja y ambos tendrán que aprender a vivir sin él, o sin ella, restablecer o reconstruir la confianza en sí mismos, darse un tiempo y espacio a solas para estabilizarse emocionalmente y desintoxicarse, antes de iniciar otra nueva relación.

Después de una ruptura sentimental de gran magnitud y alcance como lo es el divorcio emocional o divorcio psíquico, como lo acuñaron Fernández Ros y Godoy Fernández, y posteriormente la disolución jurídico-legal definitiva del vínculo matrimonial, tanto la pareja como los hijos y la familia en general, se tendrán que adaptar a un cambio radical e iniciar quizá nuevas redes sociales, es decir, los amigos propios y compartidos, los lugares que ambos frecuentaban y todo lo que en otros tiempos ambos compartían, pero también sus dependencias emocionales.

Sin embargo, resulta difícil para algunas parejas controlar sus impulsos y disputas desenfrenadas para ponerse de acuerdo, y encontrar juntos la mejor forma de proteger a los hijos del impacto psicológico que produce el divorcio de sus padres, por el contrario, algunas parejas ante la desorganización de la vida familiar, los utilizan para que tomen partido, y no quieren entender el conflicto que están ocasionando en la mente de los niños, el daño emocional que les están haciendo.

El cerebro de un niño pequeño está aún en construcción, las partes corticales aún no están maduras para que éste comprenda lo que está pasando ¡De verdad que el niño no lo entiende!, se confunde, sufre y llora, le duele lo que está pasando, lo atrapan los miedos, las dudas, la incertidumbre, y de paso se siente culpable de la situación, generándose así un trauma infantil, que es objeto de atención clínica.

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Y en ese aspecto, no siempre el abordaje terapéutico del niño es compartido por ambos padres. Desgraciadamente en la mayoría de los casos, se comete el grave error de que el tutor que se quedó con la patria potestad de los hijos (generalmente es la madre), no permite incluir al padre, "se apropia" de la situación y de los hijos, los manipula y les impide ver al padre o tener contacto con él.

Así los niños se van alejando, retrayendo y creando sus mecanismos de defensa personales, haciendo obvio más tarde el vacío emocional ante la pérdida, con rebeldías, chantajes emocionales, bajo rendimiento escolar, problemas de conducta, trastornos alimenticios, pensamientos suicidas, abuso de drogas o exigencias desmedidas, etc.

Una vez que se han divorciado y se ha fijado la pensión alimenticia, empiezan los reclamos: "No me alcanza", "Yo me hago cargo de todo", "Yo sola estoy con toda la carga", "No es justo", "Eres mal padre", "No quieres a tus hijos"… Pero resulta que el padre sí cumple y deposita los dineros puntualmente y también busca por todos los medios comunicarse con sus hijos, para encontrarse con un trato que a veces no es recíproco y la pericia en el arte de exigir, que se ha hecho prioridad desatándose una guerra sin cuartel, en la que sabemos quiénes son los perdedores (por no decir los que más salen dañados).

El tema sería que ambos progenitores continuaran responsabilizándose por sus hijos, a pesar de la catástrofe por la que atraviesan sus vidas y que recuerden que los hijos no pidieron venir al mundo, fueron ellos quienes los trajeron y por lo tanto, ambos son responsables de su educación y su bienestar pase lo que pase, suceda lo que suceda y digan lo que digan.

Por otra parte, cabe señalar que la desavenencia insuperable de los esposos (ahora divorciados), y en sus esfuerzos con el afán de derrotarse, levanta muros insalvables entre ambos, impidiendo una buena comunicación para regular (aunque sea), la visita a los hijos. El hombre siente que a veces "tiene que pagar para poder ver a sus hijos", la mujer interpreta que con dinero y regalos, "le quieren quitar a sus hijos", como si los niños fueran tontos y no se dieran cuenta del juego tan ridículo que ambos padres están haciendo y dicho sea de paso, del gran fraude de sentimientos y emociones encontradas que están haciendo con ellos.

En fin… Hay padres que con tal de no pelear, mejor le otorgan concesiones al otro y con tal de no discutir, prefieren quedarse en silencio y poner distancia geográfica de por medio. Prefieren perder el amor de sus hijos con tal de no dañarlos, alejarse en silencio de ellos para evitar mayores conflictos y hasta de permitirse quedar como "el malo de la película", aunque por dentro se vayan tristes, caminando cabizbajos por la vida y doliéndoles en el alma, un corazón hecho mil pedazos.

Si estás atravesando un momento tan traumático como enfrentar un divorcio, o estás pensando en divorciarte y no sabes cómo prevenir o reparar los posibles daños emocionales que vaya a causar a tu familia esta determinación, acude a tu psicólogo de confianza para que pronto puedas encontrar la mejor solución.

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Escrito por

Dora Lidia Pérez Rochín

La Psic. Dora Lidia Pérez Rochín es una de las psicólogas más profesionales que brinda la atención y orientación necesaria para poder resolver sus problemas emocionales que pueden estar afectando su vida social y familiar. Cuenta con el conocimiento y la experiencia necesaria.

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Comentarios 1
  • Montse Soto

    Quisiera contactarla para apoyo de mi hijo y mío por la situación de separación.

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