Mobbing o Acoso Laboral: una historia verdadera

Les presentamos la historia de María, una talentosa publicista que sufrió un severo caso de Acoso Laboral.

1 JUN 2016 · Lectura: min.
Mobbing o Acoso Laboral: una historia verdadera

Mi nombre es María[1], tengo 38 años y soy publicista. Hace diez años que tuve que mudarme a otra ciudad por falta de oportunidades de trabajo en donde vivía. La gran urbe me recibió con todo su color, con toda su gente, con todos sus sonidos y con todos sus olores, aunque también con su contaminación, sus ruidos estridentes, sus interminables embotellamientos.

El trabajo de mis sueños

Al principio tuve que emplearme en diversas cosas que nada tenían que ver con mi profesión porque se me estaba acabando el dinero que tenía ahorrado y no encontraba absolutamente nada relacionado con la publicidad.

Capturista de datos, recepcionista, mesera del Sanborns, en fin, pasé por todo el menú laboral que me ofrecía esta gran ciudad a la que había decidido venirme a vivir hasta que, un soleado día de mayo, recibí un correo electrónico donde me informaban que tenía una cita de trabajo en una importante empresa dedicada al ramo que yo había estudiado y que, además, me encantaba ejercer.

Después de tres filtros de entrevistas por fin logré entrar en esta compañía y estaba feliz.

Llego a mi primer día de trabajo, claro que me arreglé pero iba muy discreta con la intención de causar una buena primera impresión a mis compañeros. O compañeras, porque resultó que mi equipo estaba conformado sólo por mujeres, seis para ser más exactos. En un principio sentí algo raro en el ambiente que no me hacía sentir muy cómoda, pero se lo achaqué a los nervios propios del primer día.

Con el tiempo fui aprendiendo mis labores en la empresa, me involucraba en campañas y en los diferentes proyectos que se me asignaban, pero el ambiente raro no se disipaba.

Un día llegué como siempre a la oficina, a las 9:00 a.m., mi hora de entrada. Subí las escaleras y vi que mi equipo tenía una junta con los directores generales, la habían convocado a las 8:30. Nadie me avisó.

Entro a la reunión y mi jefa directa le dice a uno de los directivos:

Ya ves Roberto, te dije que no era responsable. Nos hubiéramos quedado con Beatriz.

Fue en ese momento cuando me enteré que yo había entrado para sustituir a Beatriz, una gran amiga de todo mi equipo y que habían corrido por razones hasta ahora desconocidas para mí.

Y a partir de ahí empezó el infierno

Llegaba antes que todos cada día para no perderme ninguna junta importante, ya que las organizaban a mis espaldas para que quedara mal con los jefes. Como llegaba temprano, la secretaria de mi jefa me decía que lo hacía para hacer quedar mal a las demás y hacerlas ver como una irresponsables y mediocres.

En todo el tiempo que estuve laborando ahí solo llegué tarde una sola vez. Mi "equipo de trabajo" me aplicó la ley del hielo durante una semana argumentando que habían perdido una cuenta muy importante debido a mi retraso. Era mentira.

Yo me sentía cada vez más sola en ese lugar, no estaba a gusto, no confiaba para nada en mí, sentía que ellas tenían la razón para tratarme mal. Claro, ellas habían crecido en esta ciudad tan grande y yo solo era una pueblerina con aspiraciones.

Todo esto se traducía en mi vida. Tenía pocos amigos, los que había hecho antes de entrar a trabajar a la compañía y ya no salía mucho con ellos, de hecho, no quería salir ni de mi casa. Estaba desganada y comía poco. La idea de volver a la oficina me aterraba. Luego me preguntaba: ¿no estaré exagerando?

El siguiente lunes me presenté a trabajar, como siempre. Cuando llegué a la oficina sentí las miradas de todos, cuchicheaban a mis espaldas. "La secre" se encargó de informarme qué había pasado. El viernes anterior un compañero de trabajo se ofreció a llevarme a mi casa en su coche y una de mis "compañeras" me vio subir y les dijo a todas que yo era una zorra porque me había subido al carro de un casado.

Lo que pasó en realidad fue que, en efecto, me subí al vehículo de este individuo, pero luego fuimos por su esposa al trabajo y finalmente nos fuimos a tomar una copa los 3. Pero mi supuesto amigo no contó lo que había pasado en realidad y mis compañeras se encargaron de divulgar esta información falsa.

Desde ese momento cada vez que me acercaba a una persona de sexo masculino, tenía como resultado el escuchar risas burlonas, comentarios en voz baja donde no me bajaban de golfa, en fin. Decidí no hablarle más a ningún hombre que trabajara en ese edificio.

No podía vivir en paz, sentía que se me dormían partes del cuerpo, incluso en una ocasión llegué a pensar que me iba a dar un infarto porque tenía todos los síntomas. Fui al médico y éste me dijo que sufría de un estrés extremo y que debía tranquilizarme porque estaba somatizándolo.

En otra ocasión, nos propusieron llevar un proyecto del gobierno local para ayudar a uno de los sectores más desfavorecidos de la población, las prostitutas. A mi equipo se le ocurrió disfrazarse de fulanas para no tener que contratar modelos, además de hacer la gracia. Insistieron hasta el cansancio que yo me caracterizara como ella, incluso una me llegó a decir: "a ti te saldría muy natural". Nunca consiguieron que me vistiera de tal forma.

Ya no salía para nada de mi casa, todo el tiempo le daba vueltas a lo que me estaba sucediendo, me sentía frustrada e impotente. ¿Cómo puede convertirse en pesadilla el trabajo de tus sueños? Pensaba que si renunciaba mi vida profesional se acabaría, porque era una empresa muy importante.

La gota que derramó el vaso fue cuando, en el proyecto de fin de año, la empresa iba a grabar un comercial con chicos de una escuela de paga. Como a mi equipo le encantaba disfrazarse, pues comentaron que también haría de extras en el video. Yo les dije que quería participar, a lo que mi jefa me contestó: ¿Tú? No, para nada, no puede salir en el video porque las mujeres que vienen de pueblo como es tu caso, aquí solo podrían hacer de las señoras de la limpieza del colegio, ¿quieres salir de chacha?

Con mis más profundo respeto a las personas que se dedican a la limpieza en las escuelas, a mí ese comentario me lo dijeron para hacerme sentir mal, tan solo hay que leer el contexto. Después de ese episodio, presenté mi renuncia.

Durante un año no trabajé en nada, ni siquiera lo busqué. Solo de pensar volver a entrar en una empresa me producía angustia y ataques de ansiedad. Incluso sufrí de agorafobia, me resultaba imposible estar en lugares abiertos y con mucha gente.

Ahora me encuentro muchísimo mejor, acudí a terapia con un excelente psicólogo que me comentó que lo que me habían hecho en ese trabajo se conocía como mobbing.

Si estás pasando por algo parecido, no dudes en pedir ayuda, créeme que se puede solucionar. Gracias por leer mi historia.


[1] Los nombres de las personas de este testimonio han sido cambiados para proteger su identidad

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