¿He sido una mala madre?: una historia verdadera

Todo el mundo me decía que ser madre era la mejor experiencia del mundo, yo no lo creía así, me sentía desesperada por no poder controlar la mala conducta de mi hijo.

2 SEP 2016 · Lectura: min.
¿He sido una mala madre?: una historia verdadera

Después de cuatro años de casados por fin me quedé embarazada. Todo este tiempo había pensado que no podía, que era estéril, o mi marido, fue horrible. Me atormentaba todos los días, me preguntaba el por qué Dios no quería que fuéramos padres. Ese maravilloso domingo la espera terminó y tendría mi hermoso bebé en octubre.

Ambos deseábamos ser padres pero la noticia nos llegó de sorpresa porque, como dije antes, pensé que no sucedería. Mi marido trabajaba como gerente de un gran almacén y yo era recepcionista en una oficina de bienes raíces y nunca tuvimos dudas de que si me embarazaba, iba a ser yo la que dejara de trabajar porque él ganaba más y a mí me encantaba la idea de quedarme en la casa con mi hijo.

El embarazo fue bien, bueno, normal, tuve náuseas los primeros meses, subí como 20 kilos, estuve hinchada la mayor parte del tiempo y todo iba a más, parecía un pez globo, pero era muy feliz.

Y el por fin llegó el día tan esperado. Me empezaron las contracciones como a las tres de la mañana y el niño nació en torno a las cuatro de la tarde. Todo el mundo me dijo que había tenido un parto rápido aunque la verdad yo sentí que fue una eternidad.

Cuando tuve a mi hijo por primera vez en mis brazos fue una sensación muy rara, en cuanto lo cargué por primera vez empezó a llorar. Yo me sentí muy mal, y no lo pude cargar de nuevo hasta que se durmió en brazos de su padre.

Conforme pasaron los días el niño no se acostumbraba a mí, ni yo al niño la verdad. Siempre lloraba cuando me sentía cerca, incluso no me dejó darle leche, desde siempre le dimos biberón porque rechazaba que yo le diera de comer. Luego de tres meses en la misma situación me sentía muy desesperada.

No paraba de preguntarles a mis amigas, obvio las que habían sido madres, si les había pasado lo mismo y absolutamente todas me dijeron que no, que yo me tenía que armar de paciencia y acercarme al niño, no sabían que eso era lo que intentaba hacer todo el tiempo, pero nunca tenía resultados favorables.

Las que me hacían sentir todavía más inútil eran mi mamá y mi suegra, sobre todo la última. Cada vez que, por ejemplo, le cambiaba el pañal a mi hijo me corregían, también cuando le daba el biberón: "le va a entrar aire", decían. Yo sentía que lo estaba haciendo todo mal. Además me sentía completamente engañada por aquella frase que me decía todo el mundo todo el tiempo: "ser mamá es lo mejor que te puede pasar en la vida", puesto que yo no lo veía de la misma forma, estaba desvelada, harta y desesperada.

En los primeros años de mi niño intentamos conectar, todo por el bien de ambos, nos tolerábamos, pero no nos caíamos bien. Él, con solo tres añitos, sabía que me dolía que solo le hiciera cariños a su papá y a mi nada. Cuando nos quedábamos solos no me hacía caso y cuando estábamos con gente hacía unos berrinches monumentales y yo no sabía qué hacer.

Cuando entró a la guardería fue un gran alivio para mí, pero no podía dejar de preguntarme si es que yo era una mala madre porque con todas las otras mamás que hablaba me contaban que su experiencia era maravillosa, que no la cambiarían por nada del mundo y pues yo no sentía lo mismo, lo mío era más bien un martirio que tenía que sufrir sola, para no quedar mal.

Y empezaron los problemas con mi esposo por culpa de la conducta del niño, mi esposo me culpaba a mí y nada más que a mí. Ahora resulta que si tu hijo tiene problemas en su conducta solo es culpa de la mamá, ¡es tan injusto!

Cuando ya llevaba un par de años en la escuela yo entré a trabajar medio tiempo porque me aburría como ama de casa, y luego empezaron otro tipo de problemas. Me mandaban llamar cada dos por tres porque mi hijo era muy peleonero, caprichoso y agresivo con sus compañeros. Solo duré unos meses en el trabajo porque tenía que ausentarme muchas veces por los problemas escolares del niño.

Me empezó una depresión porque, al parecer, estos problemas con mi hijo solo me pasaban a mí, ahora resulta que todas tenían la vida perfecta y sus hijos eran modélicos y el mío era la reproducción más próxima a un demonio.

Cuando empezó un nuevo año escolar me volvieron a mandar llamar. Cuando llegué al kínder, estaban la maestra de mi niño, la directora y la psicóloga esperándome. Me asusté. Hablaron conmigo sobre la conducta de mi hijo, me preguntaron si mi esposo y yo teníamos problemas. La verdad es que no los teníamos, solo discutíamos por el niño, pero la relación estaba bien.

Me propusieron llevarlo a una terapia especializada en problemas de conducta y aunque me costó, pues lo llevé. De hecho, se podría decir que me amenazaron porque si el pequeño no mejoraba su comportamiento no me lo iban a inscribir nunca más en ese colegio.

Y entonces llegamos con un psicólogo que me habían recomendado. En las primeras semanas de consultas el especialista me dijo que anotara en un cuaderno todas las situaciones en las que mi hijo se comportaba mal y me dijo que era para detectar de dónde provenían sus problemas y en qué situaciones se generaban, entre muchas otras cosas. La verdad es que supuso mucho esfuerzo. Nos dijo cómo poner límites y reglas y nos enseñó a cumplirlas. Fue un gran trabajo en equipo.

No puedo decir que todo mejoró con la terapia como por arte de magia, pero la verdad es que supuso un antes y un después en nuestra vida familiar. Ya nos quedan pocas sesiones con el psicólogo y ahora toca poner en práctica todo lo que hemos aprendido, pero solos, sin ninguna ayuda. Yo espero que nos vaya bien.

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