Entre el duelo y la melancolía

El trabajo de duelo es un proceso natural, la melancolía es patológica. ¿Cómo saber si estamos viviendo un duelo o una melancolía? En este trabajo hablamos sobre este tema.

4 FEB 2020 · Lectura: min.
Entre el duelo y la melancolía

Tanto el duelo como la melancolía son respuestas a una pérdida. El duelo consiste en la larga y dolorosa labor de separarnos de la persona amada que hemos perdido. El dolor es nuestra respuesta a la pérdida, el duelo es cómo procesamos este dolor.

Para procesarlo hace falta un "trabajo de duelo" (Freud) que supone un reordenamiento de los pensamientos: cómo los disponemos, repasamos y remodelamos en nuestro mundo psíquico.

Se trata de acceder a ese objeto perdido en todas sus representaciones variables.

¿Cómo se distingue la melancolía del duelo?

En el duelo, reconocemos el objeto perdido, en la melancolía, aunque se sabe a quién se ha perdido, no siempre se sabe lo que se ha perdido.

Debemos distinguir entre a quién hemos perdido y lo que hemos perdido con él.

La melancolía comparte con el duelo las características siguientes:

  • Abatimiento doloroso
  • Desinterés por el mundo exterior
  • Pérdida de la capacidad de amar
  • Inhibición de la actividad

Pero en el melancólico se agregan una disminución de la autoestima acompañada de auto-reproches y auto-injurias con una necesidad de ser castigado.

Como decía el ensayista Samuel Butler:

Un hombre melancólico es aquel que se rodea de la peor compañía del mundo, es decir, la propia.

Para Freud, el auto-reproche del melancólico es un reproche al ser amado perdido. Puede haber enojo porque, cuando alguien desaparece, lo culpamos por su partida. La ausencia nunca se acepta sin enojo.

Podemos sentir furia sin ser conscientes de ello. Además, este enojo puede desplazarse hacia otra persona:

Ejemplo

Después de la muerte de su padre en un accidente, una mujer desarrolló una gran furia contra su madre. Esta ira contradecía la buena relación que tenía con ella, pero se sustentaba en el reproche de que su madre "había escapado a la muerte".

Los sentimientos ante el objeto perdido son siempre ambivalentes. Amor y odio son sentimientos que cohabitan en nosotros desde la infancia.

En el duelo, el amor y el odio que nos despertaba la persona que nos dejó, se manifiestan por igual, aunque el odio lo haga de manera inconsciente.

En todo proceso de duelo está presente la identificación

Después que murió su padre un niño de cinco años se metía en una maleta en un rincón del cuarto, y allí permanecía inmóvil. Cuando alguien le preguntó a la madre por su actitud, ella dijo que simplemente estaba metido en una maleta, sin embargo, el niño estaba recreando su propio ataúd, un espacio cerrado donde podía escenificar la identificación con el padre amado, a quien vio por última vez en su ataúd. Este sería un caso de escenificación del duelo.

En el caso de Van Gogh, le pusieron el nombre de un hermano que murió antes que él naciera. A menudo pasaba frente a la tumba de aquél y firmaba en el registro de la parroquia en el mismo número que su hermano: el veintinueve. Más tarde se suicidaría el día 29 de julio. Este sería un caso de melancolía extrema.

El melancólico castiga a la persona amada perdida, en efigie, sin embargo es él mismo el que se ha convertido en esa efigie. De ahí el auto-castigo.

En el duelo, el proceso de reconocer y reorganizar pensamientos e imágenes acaba cumpliendo su cometido y la persona elige la vida por encima de la muerte.

En la melancolía el odio inconsciente por quien hemos perdido se revierte: nos enfurecemos contra nosotros mismos de la misma forma que antes nos enfurecíamos contra el otro, debido a nuestra identificación inconsciente con él.

Otra variante "reacción de aniversario"

Cuando Gógol tenía dieciséis años su padre enfermó y murió dos años más tarde, a la edad de cuarenta y tres. Entonces le escribió a su madre: "La verdad es que estaba al principio terriblemente impactado por la noticia, sin embargo, no dejé que nadie supiera que estaba triste, pero al estar solo me abandonaba a todo el poder de la loca desesperación. Incluso quería atentar contra mi propia vida". Y fue lo que hizo Gógol más de veinte años después, cuando cometió suicidio por inanición a la edad de cuarenta y tres años. Poco antes de morir dijo que su padre había muerto a la misma edad y de la misma enfermedad.

Evidentemente, el duelo en Gógol no tuvo lugar.

¿Qué tiene que ocurrir para que un duelo pueda producirse?

El agotamiento de las representaciones del objeto perdido. Éstas son traídas una y otra vez y los recuerdos y esperanzas ligadas a ellas son confrontados con el juicio de que el objeto ya no existe.

A medida que continúa este proceso el trabajo de duelo gradualmente se agotará a sí mismo.

Pero, ¿en qué punto el ciclo se agota a sí mismo?

Imaginemos una puesta de sol y el disfrute de su belleza. Ahora, imaginemos un marco alrededor de la imagen de la puesta de sol. Esto nos dará la idea que lo que vemos es una imagen, una representación. En otros términos: un marco llama la atención hacia la naturaleza artificial de lo que vemos.

Ésta es una clave para entender el proceso de finalización del duelo.

Esto indica un cambio de niveles: la diferencia entre ser perseguido por cada aspecto de la realidad y haber encontrado formas de representar esa realidad, vaciándola, transformándola, convirtiéndola en una representación.

La artificialidad de lo que está siendo mostrado, su cualidad de representación y no de escena real, entra en el carácter de lo simbólico y marca un punto de progreso en el largo y difícil proceso del duelo. La pérdida está siendo inscrita en un espacio simbólico.

El duelo, por tanto, implica un cierto volver artificial lo que fue natural.

Esa es la función del monumento: un artífico que conmemora, que recuerda, que simboliza, pero que no es el objeto perdido.

Todo rito de duelo lo que hace es dirigir la atención a la dimensión simbólica del mismo.

Hay que llenar el hueco de la pérdida con un "monumento": un túmulo, un monolito o un gesto. A veces, con un sacrificio.

Desde el luto en la ropa "sacrificando" el color de nuestras vestimentas o la ancestral costumbre entre los pueblos guaraníes de cortarse una falange ante la muerte de un familiar, hasta las danzas, ayunos, oraciones, y otras formas simbólicas relacionadas con culturas y épocas determinadas.

El rito de duelo hace posible su superación.

Otro espacio simbólico se presenta en el "trabajo onírico".

La aparición del objeto perdido en el sueño es otra forma de dimensionarlo simbólicamente, de enmarcarlo en otro escenario, de poder externalizarlo y librarnos de su dominio.

En muchos sueños la persona sueña que mata al objeto perdido. Esos sueños son resolutivos ya que, para Freud, era precisamente matar simbólicamente al muerto lo que permite que un duelo tenga lugar.

Por lo mismo –como dice Darian Leader–

Para que los vivos se sientan sanos y salvos, los muertos deben morir dos veces.

Para nuestra estructura psíquica, la muerte biológica no es suficiente si no se completa con la muerte simbólica.

Matar a los muertos es una forma de aflojar los lazos que nos atan a ellos y de situarlos en un espacio diferente, el simbólico.

El duelo debe tomar el lugar de un sacrificio simbólico para que otros objetos –o personas– puedan tomar el lugar del objeto amado y perdido.

En la película de Kieslowski Azul, Juliette Binoche interpreta a una joven cuyo esposo e hija mueren en un accidente automovilístico. Mientras lucha con el dolor de la pérdida y por resolver un difícil proceso de duelo, se acuesta con un hombre que quiere terminar el trabajo sinfónico de su marido muerto a pesar que ella se niega. Aunque la mujer no quiere una relación, este acto sexual la libera. A partir de ese momento es capaz de trabajar en la sinfonía inconclusa y darle término. La protagonista libera su libido, atada hasta entonces al fantasma del marido, en el acto sexual. Tal vez sería un error ver ese acto como totalmente sexual. Podría tener un vínculo con la idea de sacrificio. ¿Qué hace ella sino entregarse a sí misma? Para liberarse de su objeto perdido primero debe liberarse de sí misma. Lo cual significa descartar su propia imagen, su propio cuerpo, ofreciéndolo al otro hombre. El duelo aquí encierra una transformación vía sacrificio.

Pero ¿por quién estamos haciendo el duelo?

Podemos creer que es por la persona que hemos perdido. Pensamos en ella, vemos su imagen, escuchamos su voz, y está siempre dolorosamente presente.

Pero, también puede que estemos en duelo por algo más.

El duelo no es sólo por la persona amada perdida, sino también por quienes éramos para ella.

Una mujer en duelo por la muerte de su madre hablaba de un sentimiento que seguía experimentando, aunque estaba inmersa en imágenes y pensamientos de su madre y su enfermedad, reiteradamente estos convergían en un simple momento: cuando su madre la llamaba "Gorrión".

"Me di cuenta –decía– de que nadie volvería a llamarme así". Esta designación especial sólo la usaba su madre, y ello regresaba de continuo, antes incluso que el sobrenombre que ella usaba para su madre.

La imagen que el otro tiene de nosotros mismos también desaparece con el objeto perdido.

Cuando amamos a otras personas tenemos un lugar en las relaciones que forjamos con ellas. Tal como les damos un lugar a ellas, de igual forma la estructura que formamos con ellos nos ofrece un lugar.

Creamos relaciones en parte para asegurarnos posiciones imaginarias. La función de una relación es, en parte, mantener esta posición: nos sitúa como una imagen con relación a la visión de otro.

Las relaciones nos proporcionan un lugar y cuando terminan debemos decidir si podemos renunciar a estos lugares o no.

Soltar los lazos con el objeto perdido, implica soltar los lazos con nuestra imagen que adoptamos en la relación.

Cuando hacemos duelo por nuestras pérdidas también hacemos duelo, para bien o para mal, por nosotros mismos. Cómo éramos. Cómo ya no somos. Cómo ya no seremos en absoluto.

Tenemos que renunciar a lo que éramos para la persona que hemos perdido, y por eso el trabajo de duelo es tan largo y doloroso.

Toda pérdida requiere de nuestro consentimiento.

En el duelo tenemos que dar consentimiento en el nivel más profundo a la pérdida de una parte de nosotros mismos, y es por ello que requiere un sacrificio adicional.

Esto implica que, la única forma de renunciar a la imagen que proyectamos para otro, es cuestionar la forma en que imaginamos que éramos vistos.

La película Azul, nos da otro ejemplo:

La protagonista se entera después del accidente que su esposo llevaba una doble vida. Tenía una amante que estaba a punto de dar a luz. Ahora ella no sólo tiene que hacer duelo por él, sino por la imagen que tenía para él, de aquello que ella era para él.

Volviendo al tema del encuentro sexual, ¿no podríamos interpretarlo ahora de forma diferente? Tal como el esposo le había sido infiel, ahora ella lo es también, como diciendo: "Tú no eras quien pensé que eras, por tanto, ¡ahora yo tampoco lo soy!".

***

Ya vimos como el trabajo de duelo implica matar a los muertos.

La persona en duelo tiene la elección de matar a sus muertos o de morir con ellos. Ante este dilema, el melancólico elige morir con los muertos.

Morir con los muertos, de forma literal o figurada, significa nunca renunciar al objeto perdido.

Esta puede ser una respuesta, no sólo a una muerte real, sino a la pérdida de una pareja o de un ideal político o religioso.

Muchas personas, ante la caída de la Unión Soviética y el ideal socialista que ésta encarnaba, murieron víctimas de una profunda depresión. Al no poder matar a los muertos –reales o ideales–, a veces elegimos no trabajar el duelo y morir con los muertos.

El melancólico mantendrá siempre su lealtad a los muertos.

Si el melancólico vive con los muertos, entonces los vivos se convierten en sombras.

El sentimiento de abismo entre la existencia social y la soledad total es propio de los melancólicos.

El suicidio muchas veces supone la decisión de quedarse con los muertos, para cancelar así la dualidad del mundo: entre la sombra de los vivos y la realidad psíquica de los muertos.

El melancólico está incapacitado para construir el mundo simbólico y enmarcarlo –como en el ejemplo de la puesta de sol– para externalizarlo, dándole una categoría de artificio. Este impedimento lo confronta con el vacío.

La melancolía puede verse como una defensa contra el estado de ser un objeto puro, abierto a cualquier ataque de un mundo hostil y sin amor.

Un melancólico vive en la agonía de estar en dos espacios totalmente distintos.

***

Para Freud, pensar involucra dos sistemas psíquicos, uno ligado a la percepción de cosas y otro ligado a palabras y discurso. Llamó a estos niveles los sistemas de representaciones de palabra y cosa.

Las representaciones de cosas son conjuntos de recuerdos y rasgos derivados de ellos, mientras que las representaciones de palabras son los aspectos acústicos y semánticos del lenguaje. Los dos sistemas están enlazados.

El duelo puede llevarse a cabo gracias a la posibilidad de un movimiento entre las representaciones de cosas y las de palabras.

Freud pensaba que en la melancolía hay una barrera entre esos sistemas de representación. El melancólico está abandonado en el limbo entre una representación y otra.

Así, en el centro de la melancolía hay un problema que tiene que ver con el lenguaje. Las palabras y las cosas están separadas para el melancólico, de ahí ese sentido de vacío, de estar entre dos mundos, y de la imposibilidad de trabajar el duelo.

El sentimiento insoportable de imposibilidad del melancólico es mucho más sufriente que el dolor del duelo.

En el duelo, el trabajo secuencial de moverse por los recuerdos y esperanzas ligados a la persona amada, permite un proceso gradual de resurgencia. En la melancolía esta posibilidad es nula ya que el melancólico no ocupa un lugar desde el cual encauzar dicho trabajo.

El melancólico está unido menos a la persona perdida que a la pérdida misma. La carencia es más un agujero que una posibilidad.

El duelo, como hemos visto, conlleva un sacrificio: una parte es sacrificada para salvar la integridad psíquica.

El melancólico no puede sacrificar una parte sino la persona misma.

En un caso, una mujer intentó suicidarse en la vía del tren. Como el tren le cortó el brazo pero no la mató, recogió su brazo y fue a tirarse desde un puente, como si el sacrificio tuviera que ser de toda ella. El sacrificio en tal caso no es simbólico sino real.

Había perdido a alguien que amaba, a quien consideraba inconscientemente parte de sí misma, así que iba a su encuentro. El brazo era parte de la imagen de sí misma, así que negaba cada pérdida (la persona amada y el brazo). Se quedó con el brazo por la misma razón por la que se suicidó.

***

Concluyendo: en el duelo, nos alejamos lentamente de los muertos; en la melancolía, nos apegamos compulsivamente a ellos.

Tal vez la superación de la melancolía esté –como ya lo vislumbró Freud–, en el arte.

Muchas explosiones creativas tuvieron lugar después de una pérdida. Pensemos en el Requiem de Mozart, en el Guernica de Picasso, en Coplas a la muerte de mi padre, de Manrique, y tantas otras.

Esas creaciones han sido realizadas a partir de un espacio vacío, de una ausencia. El arte puede suponer una manera de llenar el vacío, el abismo entre palabra y cosa, donde la pérdida pueda inscribirse en un espacio simbólico y ser un puente hacia el trabajo de duelo.

BIBLIOGRAFÍA

La moda negra, duelo, melancolía y depresión.

Darian Leader. Sextopiso, 2014.

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Escrito por

Víctor Sosa

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