Cómo amamos a los demás, según la forma en que nos amaron a nosotros

La forma en que asumimos las relaciones de pareja son un reflejo de la primera relación importante de nuestra vida: la que tenemos en la infancia con nuestros padres o cuidadores.

8 AGO 2019 · Última modificación: 25 OCT 2019 · Lectura: min.
Cómo amamos a los demás, según la forma en que nos amaron a nosotros

Los tipos de apego fueron descritos por el psiquiatra John Bowlby y se definían como el vínculo afectivo establecido en la primera infancia con el padre o cuidador. Después, los psicólogos Cindy Hazan y Phillip Shaver complementaron la teoría y concluyeron que, efectivamente, reproducimos los patrones de apego de la infancia en nuestras relaciones de pareja como adultos. 

¿Sorprendidos? ¡Pues sí! Nuestros patrones de comportamiento son como marcas profundas que nos condicionan, pero entenderlos nos permiten reconducirlos para no caer una y otra vez en relaciones que no nos satisfacen o que nos hacen daño. 

Conoces los 4 tipos de apego

Lo que a continuación llamaremos "cuidador" puede ser la mamá, el papá, la abuela o la niñera... es decir, la persona que más tiempo pasa con los niños en su primera infancia y que los marcará de acuerdo a la forma en que se relaciona con ellos. 

1. Apego seguro

El cuidador se interesa sinceramente por el bienestar del niño(a) y atiende todas sus necesidades: físicas y afectivas. Está pendiente de sus estados de ánimo y le transmite todo el afecto que necesita pero sin agobiarlo. Es decir, le va dando la autonomía que requiere, según su etapa de desarrollo, para que el niño vaya descubriendo el mundo por sí mismo. Por esta razón, cuando el cuidador se ausenta, el niño se siente mal pero pronto recupera la calma porque sabe que volverá. 

El adulto que fue criado bajo un apego seguro será una persona que se sentirá a gusto en sus relaciones de pareja porque le gusta compartir tiempo e intimidad. Se sabe alejar cuando le hacen daño, es capaz de pedir perdón o de expresar lo que siente en el momento oportuno. Establece relaciones sanas y es capaz de enfrentar los conflictos normales que se presentan en cualquier convivencia. 

2. Apego Evitativo

El cuidador es frío y distante y por lo tanto, no puede satisfacer las demandas afectivas del pequeño. Se limita a suplir sus necesidades físicas básicas y prefiere el castigo, antes que el abrazo para dar consuelo. Cree que demostrar demasiado cariño a los niños reduce su autoridad. 

Cuando crezca, este niño o niña, será un adulto inseguro que prefiere esconder sus emociones para  no incomodar a nadie y le cuesta mucho compartir espacios de intimidad con su pareja. Con intimidad no nos referimos únicamente a la vida sexual, sino también a las conversaciones francas en las que se expresan los sentimientos más profundos. 

3. Apego Inseguro

El cuidador no está muy seguro de cómo cumplir con este papel y en ocasiones se muestra bastante cariñoso, pero en otras rehúye y prefiere encerrarse en sí mismo. No rechaza abiertamente al niño sino que está lidiando con sus propias frustraciones y problemas personales y no puede transmitirle seguridad al pequeño. El niño no sabe bien qué esperar de esta persona porque a veces es muy alegre y otras veces, es huraña. 

Este será un adulto inseguro en sus relaciones de pareja y tendrá mucho miedo al abandono. Por ese motivo, puede resultar asfixiante en sus manifestaciones de amor (creyendo que así retendrá a su pareja), pero termina agobiando y ahuyentando al otro. Es un adulto ansioso y desconfiado. 

4. Apego desorganizado

El cuidador es completamente insensible y ausente. Incluso, puede mostrarse violento con el niño. Para el pequeño, la situación es dramática porque necesita al cuidador para suplir sus necesidades, pero le tiene miedo.  Por lo tanto, es un niño cargado de miedos e inseguridades, que pueden manifestarse en agresividad y llanto injustificado. 

Estos adultos tienen muchas dificultades para distinguir y expresar sus propias emociones. Se sienten confusos cuando entablan una relación de pareja porque les parece que no merecen amor y son muy inestables. Les cuesta entender los sentimientos ajenos y no saben marcar límites (en cuanto a los derechos del otro y las reglas de convivencia).

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