Diario de una depresión

Del estrés a la ansiedad, de la ansiedad a la depresión y de la depresión a algo mucho peor.

11 AGO 2015 · Lectura: min.
Diario de una depresión

Me había puesto ropa nueva, zapatos altos y mi mejor perfume. Iba a ver a ese chico que me gustaba tanto, con el que había pasado tantas cosas, por el que daba la vida. El momento en el que perdí el conocimiento y comencé a convulsionarme llegó sin preámbulos. Habíamos estado peleando y pronto mi cuerpo no lo pudo tolerar. Fue la primera crisis ansiosa que tuve en la vida. A partir de ahí, los ataques fueron más seguido y más fuertes, hasta que mi vida se salió de control.

Las personas nunca se preocupan por mirar dentro de ellas y asegurarse que su mente está sana. Soy uno de los millones de casos en el mundo que esperaron a atender la salud mental hasta que llegue al límite.

Los primeros avisos comenzaron cuando empecé a trabajar, pasaba meses con gastritis y me automedicaba para quitarme el dolor y poder seguir trabajando. Cuando por fin decidí ir a un gastroenterólogo me dijo que mi estómago estaba en perfectas condiciones y que era recomendable asistir a un psiquiatra pero lo ignoré.

El siguiente aviso se presentó como migrañas interminables. De igual manera conseguí medicina para ella y lo controlaba yo sola. Comencé a notar que en mis ratos libres me sentía triste, los fines de semana se acercaban como una sombra negra porque, al no tener que concentrarme en el trabajo, era el único momento en el que me enfrentaría a mí misma, a la realidad que no deseaba ver.

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Pasaron los meses y por fin llegó el día en el que mi cuerpo colapsó. Me desmayé en una fiesta sin razón aparente, no había bebido, de hecho, no llevaba más de 20 minutos ahí. Me llevaron a casa y a partir de ese día, los desmayos vinieron acompañados de convulsiones o histerias.

Estuvieron a punto de correrme de mi trabajo porque cada lunes me ausentaba, víctima de episodios como ese. Esto me orilló a pedir ayuda médica. El psiquiatra me dio un tratamiento que consistía en ansiolítico y antidepresivo por las noches y por las mañanas.

Al principio, estar medicada para mí fue una experiencia terrible, me sentía loca, un parásito, una malformación. Fue por eso que comencé a mezclar las pastillas con alcohol, quería sentirme normal y solo con alcohol lograba olvidarlo. Era consciente de que no debería mezclar alcohol con un tratamiento psiquiátrico pero no me importó.

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La noche en la que me internaron al hospital me encontraron inconsciente dentro de mi coche. Había bebido, manejado y mezclado las pastillas. A mi familia le dijeron que no solo había sido un grito de ayuda, había sido un intento de suicidio. Al despertar, por primera vez, pude ver que mi depresión había dejado de afectarme solo a mí y había comenzado a dañar a mi familia. Supe que tenía que tomar cartas en el asunto y dejar de dañar mi vida.

Aún hoy en día el concepto de enfermedad mental está muy mal comprendido en la sociedad. La verdad es que el 15% de la población mundial padece depresión, el 25% ha sufrido algún tipo de trastorno de ansiedad y el 1.5% tiene otros trastornos mentales. La pregunta es, ¿por qué tenemos que esperarnos a que nuestro cuerpo llegue al límite para preguntar qué tenemos?

Muchas de estas enfermedades tienen avisos previos que solemos ignorar. Es muy importante conocernos y darnos cuenta cuando nuestro cuerpo está pidiendo ayuda.

Si te sientes parecido no dudes en pedir ayuda, consulta a nuestros psicólogos aquí.

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